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Este blog está dedicado a D. PABLO PARELLADA MOLAS, alias "MELITÓN GONZÁLEZ". Porque... “EN CUESTIONES DE CRITERIO HUELGA TODA DISCUSIÓN; SIEMPRE TIENE LA RAZÓN EL QUE ESTÁ EN EL MINISTERIO”.

VII. El más brillante de los miércoles de las de Tinto, honrado por la presencia de la viuda de Ledesma

 

VII

 El más brillante de los miércoles de las de Tinto fué el honrado por la presencia de la viuda de Ledesma, con la cual Lelé, nerviosa de contento, no sabía qué hacerse ni en qué altar colocarla; y bien lo merecía viuda tan guapetona, ricamente vestida y con sortijas de lanzadera en todos los dedos de las manos y hasta en los de los pies, según aseguraba Quico.

Se bailó y conversó, y de hacer ó deshacer música se encargó el conde de San Roque — título de los que, en Roma, se hacen dos mil en un dominus vobiscum —, dedicado á llevar la peste á las tertulias, berreando la vechia zimarra y demás canciones de bajo, que aplauden todos y á nadie agradan. Como á su potente vozarrón retemblaban las vidrieras, se paraban los relojes de péndola y hasta  se destapaban las botellas de Champagne, no era necesario interrumpir las conversaciones para oirle, y mientras se despachaba á su gusto. Fifí, sentada junto á Paquito, ponía en práctica los saludables consejos de su mamá.

Mire, Ledesma; cuando San Roque-acabe de cantar, no tome á mal si le dejo y me voy con las de Bérriz; la compañía de usted me es muy agradable, pero mamá ya me ha reñido varias veces, pues dice que todas mis atenciones son para usted, ó por lo menos, así lo parece.

Y yo le estoy á usted muy agradecido, amiga Fifí.

Sí; pero ya comprenderá que esto no puede seguir así; fíjese cómo nos miran todos. . .

No sé por qué.

Al verle siempre á mi lado, pueden creer lo que á usted, ni remotamente, le habrá pasado por la imaginación. Su misma mamá de usted, que es persona de talento, ¿qué pensará?

Pensará. . . lo que yo le tengo confiado; que hace tiempo deseo decir á usted una cosa, pero no me atrevo...

Aquí, el cantante se vió obligado á suspender el ¡Píf! ¡Paf! de Hugonotes, porque Eduardo, el perrito de la casa, que también asistía á la tertulia, con su mantita de gala, empezó á ladrar á San Roque. Vino la doncella, y á duras penas pudo sacar al perrito de entre las faldas de Lelé y llevárselo al cuarto de plancha.

Eduardito es un sabio — decía Quico.

San Roque comenzó de nuevo y con más bríos, y Fifí siguió recreándose en el titileo del flotante corcho.

¿Tan grave es lo que piensa usted decirme?

Grave... si se quiere, no es grave; es lo más sencillo del mundo, después de todo; pero no deja de ser un atrevimiento la idea que yo acaricio; sin embargo, confío en que usted me perdonará si encuentra exagerada mi pretensión.

Sea lo que fuere, puede usted decírmelo sin ambajes ni rodeos, en la seguridad de que he de escucharle con el mayor agrado.

Pues bien, amiga Fifí; como ya le he dicho varias veces, yo tengo una colección de sellos bastante completa, pero me falta el dos reales certificado, rojo, busto Isabel Segunda, año cincuenta y uno, valuado en quinientas pesetas, según catálogo; y como usted lo tiene en su colección, deseo poseerlo á cambio de otros muchos que á usted le faltan y yo puedo proporcionarle, porque los tengo repetidos; usted me dirá si acepta.

En aquel momento, San Roque gritaba:

¡Pif! ¡Paf! — apuntando con los brazos, alternativamente, á Lelé y á la viuda de Ledesma, mientras Eduardito ululaba en el cuarto de plancha de modo tan lastimero, que llegaba al alma.

Fifí no supo qué contestar, y los siete colores del iris pasaron por su cara en un instante. Vió que los contertulios la miraban sonrientes, produciéndole el efecto de una puñalada la risa del maldiciente Quico que acababa de hacer un chiste á costa de ella y del Niño Quitolis, apodo con el cual había confirmado á Paquito; creyóse Fifí blanco de todas las cuchufletas; no pudo resistir más, levantóse sin decir palabra y fuése á su cuarto, donde rompió á llorar amargamente.

Lelé, atenta á la pareja, había ido traduciendo las impresiones reflejadas en el semblante de Fifí; salió tras de su hija, y ésta, entre zollipos, le contó la simplicidad de Paquito, que daba al traste con todos los ensueños de boda.

¡Adiós hotel, abono al Real, sortijas de lanzadera y automóvil veintiséis, Panhard!

¡Quiá! — decía Lelé —, eso no ha sido niñería de Paquito, sino una parada en seco; una retirada aconsejada por su madre.

Así es, que el primer impulso de Lelé fué volver á la sala, decir cuatro frescas á Paquito, cantar las cuarenta en bastos á la mamá, y poner á los dos de patitas en la escalera, que para estas frescuras y otras mayores le sobraban arrestos; pero como este proceder hubiera sido pública confesión del ridículo, é impropio de una Subirats de Tinto, determinó consumirse con el veneno en sus entrañas antes que darse por sentida; y ensayando una sonrisa de indiferencia y alto desprecio, fué á decir á los contertulios que Fifí se había indispuesto repentinamente y que, por tal motivo, daba por terminada la reunión.

Y no fueron carcajadas las que soltó la viuda de Ledesma cuando se dió cuenta de lo ocurrido.