VI
Las
señoras concurrentes á los miércoles de Lelé se disputaban la amenísima
conversación de un joven recoquín de cuerpo, mequetrefe de condición y
maldiciente y dicharachero por temperamento, al cual llamaban Quico, y era gran
hozador en vidas y honras ajenas, inventor de apodos y un tanto ingeniosillo y
hábil para decir groserías finamente.
Fué
el primero en confiar á los amigos de la casa que Paquito, á pesar de sus años
y aspecto de hombre, seguía tan bebé como cuando estuvo en ama, pues además de
hablar «zopas pitas» y de babear, continuaba apasionado por las pajaritas de
papel; de noche le daba miedo dormirse sin luz, y por las mañanas aun lo vestía
la criada, sin peligro alguno para la moral.
Añadía
que Paquito carecía de arrestos para declarar su atrevido pensamiento á ninguna
chica, y que nunca hubiera ni dirigido la palabra á Fifí, á no ser que Lelé había
dada mil vueltas hasta procurarse ocasión y persona que la presentara á la
viuda de Ledesma, con la cual estuvo extremosa hasta meterse en su hotel y
ayudarla á poner las añadidos.
Si
estas eran invenciones de Quico ó si eran hechos reales, no diré yo, ni
garantizaré otras especies que de Lelé esparcía el mismo cronista, y en las que
jugaban principal papel modistas malhumoradas, comerciantes indiscretos y de poca
espera, y proveedores lenguaraces é insolentes, pues siendo estas habladurías
procedentes de las criadas y de la portera de la casa, fuera poco airoso
ponerlas el visto bueno.
Nada tendría de extraño que hubiese algo de cierto, pues la pícara sociedad exige, muchas veces, estirar el brazo más de lo que la manga permite: el sombrero de estación no admite espera, ó mejor dicho, los sombreros; el abrigo de invierno llama á la puerta; el espumoso boa se impone, y todo esto hay que lucirlo en alguna parte; ninguna mejor que el teatro en día de moda; y si á esto se añade que en Fifí estaba el porvenir de la familia, se comprenderá que en ella se echase toda la carne al asador y se la presentase rebosante de oropel, á pesar de estar la paga de Gugú repartida entre Madrid y Figueras.
Entre
las familias conocidas se daba ya por hecha la boda de Paquito con Fifí, y ésta
y su madre, no sólo asentían á tal creencia, sino que ya habían empezado á
echar sus trazas para el cercano equipo de novia.
Pero
era la verdad que, á pesar de las muchas ocasiones que Lelé había procurado á
Paquito, éste no se había declarado á Fifí, y después de acompañarla y
visitarla, seguía mirándola embobado, sin hablarle más que de sus colecciones de
postales, sellos y series y otras niñerías.
Aunque
era mucha y reconocida la cortedad de Paquito, Lelé culpaba á su hija de
inhábil y poco experta en pinchar y tirar de la lengua al pretendiente, y para
llegar cuanto antes á su objetivo, aleccionó á Fifí.
— Mira, hija mía; las chicas no tenéis sino dos ó tres años buenos, y han de aprovecharse. Eres bien parecida y estás en edad de ser dueña de cualquier joven que en ti se fije.
A poco enamorado que esté, no dirá lo que él quiera, sino lo que á ti se te antoje y convenga, si tienes maña para conducir la conversación al término que te propongas; pero esto has de hacerlo fingiendo la mayor inocencia y sin soltar prenda de interesada, y si tuvieses necesidad de soltarla, lo harás á medias y en forma que puedas recogerla á tiempo, y demostrar al otro que es un presuntuoso visionario.
No es de esperar que fracase tu boda con Paquito; pero por si tal ocurriese, sírvate de táctica para los muchos que habría de pretenderte, que á cada uno debe tratársele según su condición, pues cada pájaro tiene su reclamo y cada pez su carnada predilecta.
De los sabios y estudiosos nada te digo, pues lo que conocen de ciencia sublime desconocen de la vida práctica, y ciegan y se entregan á las primeras de cambio.
Escámate de los que de corrido y con verbosidad te declaren su amor á poco de presentados, pues son catasalsas que tienen la declaración por deporte y distracción, mariposean de una en otra sin posarse en ninguna, y no hay quien los lleve á la Vicaría, aunque á ninguno conviene rechazar de manera que se ofenda su amor propio, porque se vengarían llevándote en lenguas.
De los atrevidos mordaces no hay que dar oídos sino á lo que convenga y sea prudente que las chicas oigan.
A los ocurrentes procura celebrarles las gracias que pretendan decir, aunque no mucho, para que no se envanezcan y juzguen superiores á ti.
Cuida de no mostrar interés por ninguno, por mucho que te halague su posición y agrade su físico, pues los hombres suelen huir de la que se les acerca y correr tras de la que escapa, por lo cual has de emplear un ten con ten y un tira-afloja prudentes.
Los hay tan soplados y llenos de amor propio, que callan lo que su pecho siente sólo por temor de verse corridos con un desaire; algunos son cortos de genio, vergonzosos, y no se les alcanzan palabras con que insinuarse, máxime si, como le sucede á Paquito Ledesma, el exceso de enamoramiento les coagula la declaración en la garganta y los nervios ponen un candado en su boca. A unos y á otros conviene ayudarles como el vendedor ayuda con el dedo, disimuladamente, el platillo de la balanza en provecho propio.
Estudiantes y cadetes son adoradores de los que has de huir, pues ofrecen casamientos muy problemáticos y á largo plazo, se vanaglorian en los corrillos de sus compañeros propalando lo que fué y lo que no fué, y al terminar los estudios vanse á su casa, dejando á la chica agostada y seca de tanto amar sin resultado.
El mostrador es un mueble infamante para lás que llevamos tan ilustres apellidos, y de él estamos obligadas á abominar, mas no así del hijo del comerciante enriquecido, dispuesto á enseñorearse con lo que su padre ganó, aun cuando haya sido con fraudes y otras malas artes y con inmunda mercadería.
Todo esto has de tenerlo muy presente si no
quieres quedarte para presidenta de las Hijas de María á perpetuidad.
Y
después de estos y otros consejos de la misma índole, la madre concretó á la
hija lo que convenía decir á Paquito en la primera entrevista.



