II
A
don Gumersindo Pérez Tinto siempre le habíamos llamado «Pérez», y algunas veces
«Sindo», entre los amigos, y siempre había firmado como primeramente queda
escrito; pero cuando ascendió á comandante puso un guión entre los dos
apellidos, no por fachenda propia, sino porque se empeñó en ello su esposa doña
Leonor Gómez Subirats, la cual hizo idéntica operación entre los dos suyos.
Cuando
don Gumersindo ascendió á teniente coronel cada guión se convirtió en un de,
y al ascenso inmediato, el Pérez de Tinto y el Gómez de Subirats se
transformaron respectivamente en P. de Tinto y en G. de Subirats, todo ello por
la omnímoda voluntad de la directora de la casa, quedando, con tan sencillas
operaciones, los apellidos desprovistos de toda reminiscencia plebeya.
La verdad es que eso de llamarse Pérez, Sánchez, Martínez…, para muchas personas viene á ser una quínola, casi una desgracia, si no llega á ser una vergüenza, sobre todo cuando se llega á ciertas categorías, y un guioncito ó un de están pintiparados para coser invariablemente un apellido con otro, y más si se tiene la suerte de que el apellido materno tenga algún significado, como Calle, Plaza, Pérez de la Calle, Sánchez de Torta, Chirivías. . . ; entonces, un la Plaza, Gómez de la Torta, Martínez de las Chirivías... acarician el oído con armonías de cuarteto clásico y. . .
Pero
continuemos con el señor coronel P. de Tinto y con su familia, cuyas distinción
y elegancia iban en progresión creciente.
Con
el Usía, tratamiento que también correspondía á doña Leonor, la soberana
de la casa ofició de arzobispo y confirmó, de nuevo, á la familia.
Don
Gumersindo fué llamado Gugú, por dentro de casa y entre las amistades íntimas;
doña Leonor se puso Lelé; á su hija Filomena, Fifí, y á su hijo Lorenzo, Loló.
Cierto
que Fifí, Loló, Lelé y Gugú no parecen nombres de séres racionales; pero había
visto Lelé que, entre personas de distinción, era corriente sustituir el nombre
por su primera sílaba repetida, salvo los casos de «Cayetano», «Catalina» y
otros que son irregulares y han de transformarse en Taño, Catala — con acento en la
segunda a, no, en la primera —, etcétera, etc.
El
único de la familia que tenía nombre de persona, era el perrito, al cual
llamaban Eduardo.
Y
no pararon ahí las cosas.
Enterada
Lelé de que existían unos señores dedicados á la confección de escudos nobiliarios,
llamó á uno para preguntarle si los Subirats y los Tinto tenían derecho á tal
honor; á lo cual contestó el fabricante que, no sólo los Tinto y los Subirats
tenían su escudo peculiar, sino que también los Pérez y los Gómez, pues todos
eran de ilustre abolengo, y que, por poco precio, él se comprometía á
buscar antecedentes y datos con los cuales poder ofrecer á Lelé los escudos de
los Tinto y de los Subirats, y aun de los Pérez y de los Gómez, pintados á la
acuarela, en colores y con los golpes de plata y oro á que tales apellidos
tuvieran derecho.
Al señor de P. de Tinto nó le parecía bien andar en estas inocencias, ni gastarse el dinero en ellas; pero Lelé, dispuesta siempre á cualquier sacrificio por todo lo vano y fastuoso, hizo cuestión de gabinete lo de los escudos para adornar la sala, y quedaron encargados y ajustados en 200 pesetas con marco y todo; los escudos de los Tinto y de los Subirats, se entiende; los de los Pérez y los Gómez, de ningún modo. Hoy, la confección de escudos — y no me refiero á los Reyes de Armas de profesión — es una industria con tarifa reducida, y por unas pesetillas se puede uno dar el gustazo de soñar que es descendiente de la Cava, de la esposa de Enrique el Impotente, de la de Carlos IV, ó de otras muchas tales que en el mundo han sido.
En menos de dos semanas quedaron listos ambos escudos, y eso que el artífice, según aseguró, necesitó ir á Segovia y á Simancas, rebuscar entre los legajos de aquellos archivos y hacer un concienzudo estudio de los Subirats y de los Tinto desde Recaredo hasta nuestros días.
Agradable
impresión produjeron en Lelé aquellos complicados jeroglíficos símbolos de su
apellido, y lo que más le satisfizo fué una cinta que, en artístico zig-zag,
entraba y salía por entre la churrigueresca orla de su escudo, y en la que se
leía: NADIE SUBIRÁ LO QUE SUBIÓ SUBIRATS.
Aunque poco afecto á estas simplicidades, al coronel no le hizo buen cuerpo considerarse debajo de los Subirats que, á juzgar por el lema, habían sido aeronautas ó se habían dedicado á coger nidos de grullas, y preguntó al confeccionador de escudos si en el de los Tinto se podría añadir una cinta con otro lema.
Contestó el artífice accediendo, pero á condición de que el lema había de estar relacionado con algún hecho notable de los Tinto, pues su conciencia profesional no le permitía faltar á la verdad de la Historia ni á las respetables prescripciones de la Heráldica, y seguidamente refirió que en uno de los muchos documentos por él compulsados en el archivo de Segovia, se relataba un hecho susceptible de aprovecharse para lema; y era el tal hecho que, estando el rey don Pedro en amoroso coloquio con la esposa de un Tinto, éste se presentó de improviso; huyó el rey por una ventana que daba al campo, sin ser reconocido; Tinto salió, puñal en mano, en persecución del ladrón de su honra, el cual corrió algún trecho campo á través, hasta caer en una alberca medio oculta por la maleza.
Al
verse con el agua al cuello y bajo el puñal del ofendido esposo, gritó don
Pedro:
—
¡Tinto, non matedes al vuestro Rey!
Y
Tinto, que era un vasallo fiel, no sólo perdonó al monarca, sino que
consideróse altamente honrado con que don Pedro hubiese tenido la atención de
visitar su modesta casa; sacóle de la alberca, y llevó su bondad hasta rogar al
rey que se despojase de las reales y empapadas vestiduras y las sustituyese por
las humildes, pero secas, que Tinto llevaba. Y así se hizo.
El
Rey volvió á palacio vistiendo el traje de Tinto, que le estaba como hecho á medida,
y acompañado de su fiel vasallo en cueros vivos y con la ropa del monarca bajo
el brazo.
Al
despedirse el Rey, y tal vez refiriéndose á lo bien que le estaba la ropa de
Tinto, así le dijo, estrechándole la mano:
—
Entre el Rey y Tinto, nada hay distinto.
Y
siendo este el hecho que determinó la conversión de los Tinto, de plebeyos en nobles, según aseguró el pintaescudos haber leído en el archivo de Segovia, ningún lema más adecuado que aquella expresiva frase del Rey don Pedro
Y con ella convinieron orlar el escudo nobiliario.
Y
aun habrá quien afirme que hoy las ciencias adelantan.
La
química industrial moderna no cuenta entre sus fórmulas con ninguna tan
sencilla, natural y eficaz como la que antiguamente solían emplear algunos soberanos
y grandes señores para teñir de azul la sangre roja de los plebeyos.
Comprendiendo
el socarrón del pintaescudos que con el relato de aquel episodio histórico había
colocado á los Tinto demasiado por encima de los Subirats, disgustando quizás á
Lelé, añadió:
—
No es menos elevado el hecho histórico determinante del lema y de la nobleza de
los Subirats, según consta en documentos archivados en el de Simancas. Siendo
viudo el Rey Fernando el Católico, en los últimos días de su vida sentía tanta
juventud en su alma como vejez y debilidad de cuerpo; la charlatanería médica
aún no había inventado en aquella época los específicos vigorizadores que hoy
se anuncian en los periódicos, y eran estériles cuantas pócimas le recetaban
los médicos de cámara para infiltrar los ardores juveniles en la gastada
naturaleza de Don Fernando, el cual estaba empeñado en recuperarlos, pues á todas
horas, á pesar del dictado de «Católico», sonaban en su oído, lo mismo que en
el de Fausto, cánticos de hermosas doncellas contestados por mancebos
vigorosos.
Estaba entonces la corte en Medina del Campo, y era alcázar del Soberano el castillo de la Mota, denominado así por estar situado en una altura.
Un
paje llamado Subirats, confió al Rey que á su noticia había llegado la
existencia de una vieja habitante en Medina, confeccionadora de un filtro cuyos
efectos eran de seguro resultado.
De
orden del Rey avistóse Subirats con aquella mujer, y ésta dispuso el bebedizo,
previniendo al paje que la eficacia del remedio dependía de la manera de
propinarlo más que de las drogas de que se componía, y por esta razón había de
tomarlo el Rey en siete noches, dadas las doce, en siete pequeñas porciones,
subidas úna á uná desde la y siempre por una misma persona.
Esta
persona fué Subirats, el cual se encargó de bajar á Medina y subir al castillo
siete veces, durante siete noches, la ampolleta con el bebedizo.
Terminado
el setenario parecíale al Rey sentirse remozado, y determinó trasladarse á
Dueñas, donde murió hinchado, pues esta y no otra eficacia produjo el filtro
vigorizador.
Mas
antes de morir el Rey hizo noble á Subirats, reconocido á los buenos oficios y
deseos del paje, y ordenó que la vieja fuese ahorcada.
—
De aquesta guisa — dijo el Rey — , de aquí en adelante, al castillo de la Mota NADIE
SUBIRÁ LO QUE SUBIÓ SUBIRATS.
Viendo
el historiador la satisfacción producida por sus relatos, se ofreció á
escribirlos en papel pergamino, á manera de ejecutorias, si la cantidad estipulada
se duplicaba, lo que no aceptó Lelé por bastarle con los escudos para la sala y
para membrete en el papel de cartas.







