V
Cosas
de la vida. El noble señor general P. de Tinto, era hermano de un pardillo
llamado Romualdo, vecino de Fombellida y dueño de un insignificante molino en
el valle de Esgueva. Y aquí debo hacer constar que el referido molino lo heredó
de su padre, y aun cuando lluevan sobre mí las maldiciones de la nobilísima
Lelé, habré de hacer presente la natural y perogrullesca consecuencia de que,
tanto el Excelentísimo señor de Tinto como su hermano Romualdo, eran hijos de un
modesto molinero del río Esgueva, uno de los ríos más humildes de Castilla la
Vieja; pero sucedió que Gumersindo, el mayor de ambos hermanos, cogió la época
en que el molino daba rendimientos bastantes para que el padre le diese
carrera, mientras Romualdo, además de perder un brazo en una de las ruedas del
molino, cuando tuvo edad apropiada para instruirse, las cuarenta y tantas
fábricas de harina construidas á lo largo del Canal de Castilla absorbían, con
su moderna maquinaria, toda la molienda de la región, mientras el molinillo del
Esgueva permanecía parado.
Cuando
murió el padre, como era muy justo, don Gumersindo renunció á la mitad, que le
pertenecía, del molino, á favor de su hermano, quizá por cálculo más que por
desprendimiento, pues rara vez se levantaba la tajadera del caz, la ganancia no
llegaba á la categoría de niquiscocio, y en cuanto al edificio, era un caserón
viejo de tapial, que sólo podía servir para que el desgraciado Romualdo y sus
hijos no durmiesen á la intemperie.
He
ahí las circunstancias por las cuales un hermano era el nobilísimo señor de
Tinto, mientras el otro quedó en Romualdo Pérez, á secas.
Varias
veces escribió Romualdo á su hermano llorándole su afligida situación y
pidiéndole algún socorro, cosa que Gugú no pudo hacer nunca, pues los encajes,
plumas y lazos aumentaban en su casa con los ascensos, y gracias á que el
último duro del mes llegase á saludar al primero del siguiente.
—
Mi pobre hermano está pasando una vida miserable — se atrevió á decir Gugú á
Lelé —. Si pudiéramos enviarle alguna cantidad. . .
Buena
cosa dijo.
—
Para nada la necesita — contestó Lelé encrespada —. Sobrada tontería hiciste con
cederle la mitad del molino.
—
Como nada producía. . .
—
Vete á saber; esa gente de pueblo es muy ladina; creen que los de Madrid
nadamos en oro; además, ellos están acostumbrados á pasar con un trozo de pan.
Muy
calamitosa pintó Romualdo su vida en una de las cartas; la conciencia dictaba á
Gugú que llamase á su hermano y familia y que los mantuviese, pero no llegó ni
á decírselo á su mujer por temor al escándalo que ésta hubiera armado.
Escamada
Lelé del frecuente gemir de su cuñado, determinó interceptar y romper las
cartas que éste escribía, y no siendo contestadas, no volvieron á recibirlas.



